jueves, 10 de junio de 2010

Su Espíritu, garantía de sus promesas

Todas las promesas que ha hecho Dios, son “sí” en Cristo. Así que por medio de Cristo respondemos “amén” para la gloria de Dios.
2ª. Corintios 1:20.


Lectura diaria: 2ª. Corintios 1:12-24. Versículo del día: 2ª. Corintios 1:20.

ENSEÑANZA

¡Ay! Si le creyéramos a Dios, sabiendo que como buen Padre cuida de nosotros y desea lo mejor como sus hijos que somos, distinta sería nuestra vida. Seguro que andaríamos más tranquilos y sosegados y nos envejeceríamos más tarde. Quizá este fue el secreto de los patriarcas para tener vidas largas. Ezequiel nos dice que somos las ovejas de su redil y que por consiguiente: “Haré que ellas y los alrededores de mi colina sean una fuente de bendición. Haré caer lluvias de bendición en el tiempo oportuno” (Ez. 34:26). Precisamente esta fue una promesa dada por Dios al pueblo de Israel a través del profeta Ezequiel. “Como un pastor que cuida de sus ovejas cuando están dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las rescataré de todos los lugares donde, en un día oscuro y de nubarrones, se hayan dispersado. Yo las sacaré de entre las naciones, las reuniré de los países, y las llevaré a su tierra” (Ez. 34:12-13). ¿Cuánto tiempo tuvo que pasar para que esta profecía se cumpliese? Sus profecías datan en el lapso del año 597 al 570 a.c. e Israel volvió a ser nación en 1948. Sin embargo, ellos nunca dejaron de creer en esa promesa. Cuenta la historia que después de la segunda guerra mundial, la ONU resolvió darles nuevamente a los judíos un pedazo de tierra donde pudieran ellos vivir como nación y así sucedió. ¿Quién hubiera dado en aquellos años de guerra cruel un céntimo, creyendo en su independencia? Nadie. Absolutamente nadie lo hubiese creído posible, pero ellos si albergaban en su corazón y le continuaban creyendo a Dios. Dicen que el pueblo judío lloraba por haber vuelto a la tierra de sus antepasados y haber sido testigos patéticos de tan anhelada promesa. Ojalá nosotros como la Iglesia del Señor, las nuevas ovejas de su prado, tomáramos en firme todo lo que Él nos tiene prometido, porque como la vid que somos injertas en este nuevo tiempo, también es para nosotros todo aquello concerniente a lo prometido a su pueblo, puesto que “La suma de tus Palabra es la verdad” (Sal. 119:160). Sea cual sea la situación adversa que estemos enfrentando, creámosle a Dios, Él es fiel y si lo prometió y dijo que así sería, es porque así es y solamente nos queda contestar con sumisión: “amén”. Creamos que esto que dice: “haré caer lluvias de bendición en el tiempo oportuno”, es porque así se cumplirá. Creamos que si nos afirma: “Y gracias a sus heridas fuimos sanados” (Isa. 53:5c), es porque simple y llanamente así es. “Él nos ungió, nos selló como propiedad suya y puso su Espíritu en nuestro corazón, como garantía de sus promesas” (2 Cor. 1:21-22). Amado Señor: Gracias porque tus promesas son fieles y verdaderas, gracias porque en tus manos está la lluvia de bendición para nuestros hogares; gracias porque sólo necesitamos una gota de tu preciosa sangre brotada de una de tus heridas, para que recorra nuestro cuerpo y lave y limpie toda malignidad. Saca lo dañado y podrido que nos esté haciendo daño; gracias mi buen Dios, porque tú no haces remiendos, y los órganos, arterias, huesos, músculos, fibras y sistemas que no sirven, tú los desecharás y nos darás unos completamente nuevos. Gracias porque a través de tu Santo Espíritu, podemos entender quien eres: “el Gran Yo soy”, Él que todo lo puede, el dador de las promesas. ¡Te amamos Señor! Hoy decidimos apropiarnos de tus promesas para la honra y gloria de tu nombre. Amén.

Un abrazo y bendiciones.

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