viernes, 11 de junio de 2010

Nunca olvidar de dónde nos rescató el Señor

No te vuelvas orgulloso ni olvides al Señor tu Dios, quien te sacó de Egipto, la tierra donde viviste como esclavo.
Deuteronomio 8:14.


Lectura diaria: Deuteronomio 8:1-18. Versículo del día: Deuteronomio 8.14.

ENSEÑANZA

Si hay algo triste es ver el desagradecimiento en las personas; y esto no sólo se presenta con los humanos sino también con Dios. Dice en los versos 10 y 11 de este capítulo lo siguiente: “Cuando hayas comido y estés satisfecho, alabarás al Señor tu Dios por la tierra buena que te habrá dado. Pero ten cuidado de no olvidar al Señor tu Dios”. “Alabarás” y “no te olvidarás”, no es que si lo quieres hacer, es una orden de Dios, porque seguro que si no nos da la orden, ni siquiera se nos ocurrirá hacerlo. Todo esto entra en el mismo aprendizaje del cual Dios quiere proporcionarnos, con el único fin de conocer lo que verdaderamente hay en nuestro corazón y por consiguiente disciplinarnos como lo hace un padre terrenal con su hijo (vv. 2 y 5). A veces creemos que estar en el desierto es un castigo sin percatarnos que es al revés; no es fácil estar en medio de la desolación, sería una mentira decir lo contrario; pero al igual que sucedió con el pueblo de Israel es con nosotros. Es la única manera de poder alcanzar la tierra prometida, la vida abundante que Dios nos prometió cuando le recibimos en el corazón de nuestras vidas (Jn. 10.10b). Poco a poco el Señor nos va conduciendo a una tierra buena de arroyos y manantiales; de trigo y de cebada; de viñas, higueras y granados; de miel y de olivares; tierra donde no faltará el pan y fluirán los minerales (vv. 7-9). Para que podamos apreciar y valorar lo que el Señor nos tiene, primero debemos aprender con humildad a recibir lo poco. Quizá pasaremos una época donde todos los días comeremos lentejas con arroz (nuestro maná). En mi familia lo hemos vivido y sé de muchos otros cristianos que incluso los niños también decían a su mamá: “¡hoy no más lentejas mamá!”. Lo único cierto de todo esto, es que jamás nuestros hijos se acostaron sin comer, “en el desierto te alimentó con maná… para que al fin de cuentas te fuera bien”. (v. 16). Si quizá estás pasando ese desierto no te desanimes; míralo como lo que es: el preámbulo a la bendición y dale gracias a Dios por disciplinarte y tenerte en cuenta. Amado Señor: No permitas que nuestro corazón se enorgullezca creyendo que lo de ahora es fruto de nuestro poder y fuerza, sin reconocer tu mano misericordiosa y poderosa en esta travesía. Gracias amado Dios, por la enseñanza que día a día nos dejas para que jamás se nos olvide quién eres y de dónde nos sacaste. En el nombre de Jesús, amén.

Un abrazo y bendiciones.

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