miércoles, 2 de junio de 2010

La carrera que logra la meta

Sin embargo, cuando predico el evangelio, no tengo de qué
enorgullecerme, ya que estoy bajo la obligación de hacerlo. ¡Ay de mí si
no predico el evangelio!

1ª. Corintios 9:16.

Lectura diaria: 1ª. Corintios 9:15-27. Versículo del día: 1ª. Corintios 9:16.

ENSEÑANZA

Pablo inicia este capítulo hablando del apóstol; pues él aunque los demás no lo consideren de este modo, ejerce el apostolado. Él es el apóstol por excelencia y quien nos ha dejado grandes lecciones en este campo. Muchas veces se cree que por ser la persona cristiana o por llevar el evangelio a otros, se tiene que ser diferente. Mientras estemos aquí en el mundo, todos, absolutamente todos somos humanos y falibles. Somos tan débiles como cualquier otro y pecamos de igual manera. La diferencia está en reconocer los pecados, pedir perdón y continuar el camino del Señor. Gracias a Dios que ya somos justificados por la preciosa sangre de Jesús nuestro Señor. (Esto de ninguna manera quiere decir que “peco, confieso y empato”. ¡Ojo! De Dios nadie se burla). El predicar el evangelio no debe enorgullecernos porque es obligación hacerlo. El Señor dijo: “vayan y hagan discípulos” (Mt. 28:19), el verbo es imperativo; por consiguiente como orden, es lo que debemos cumplir. “¡Cuánto deseo afirmar mis caminos para cumplir tus decretos!” (Sal. 119:5). Sí; así nadie pueda entenderme y sean muchos los que me juzguen por una cosa u otra, seguiré avanzando en lo que sé, Dios me ha encomendado tratando de llegar a la meta y obtener la corona. Corona que vale muchísimo más que cualquier otra que reciba en la tierra, ya que ésta jamás se perderá (vv. 24-25).

Un abrazo y bendiciones.

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